Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Nuevos intentos 1

El Emperador Carlos V se mostraba impaciente por lograr el control de las islas de la especiería y, en su perspectiva, el largo recorrido que había seguido Magallanes, al sur del continente americano, podría ser reducido a un tramo más seguro si se intentaba el acceso al Pacífico por la recién descubierta ruta del estrecho de Panamá.

El intento de Andrés Niño (1520)

En efecto, y sin esperar noticias de los resultados de la expedición magallánica, ordenó la salida de tres navíos, de 150 toneladas cada uno, más un bergantín, con rumbo a Panamá. La pequeña armada, al mando de Andrés Niño, salió el 13 de septiembre de 1520, "es decir, catorce días antes de que Magallanes se asomara al Pacífico" (apunta Carlos Prieto) con instrucciones de navegar desde la América Central hacia el Poniente por espacio de 1,000 leguas, y de ahí al sur, por otras 200 leguas, hasta llegar a las islas de la especias.

Estas naves, después de tocar la Isla Española (hoy conocida como Santo Domingo), siguieron hasta el istmo de Panamá. Desde alli fueron transportadas por tierra y por ríos hasta ser depositadas en las costas del Mar del Sur.
En Panamá se construyeron otras cuatro naves más, en una especie de armada mixta y, literalmente, anfibia. De esta forma, la armada de siete naves partió del istmo rumbo al inmenso mar Pacífico a principios de 1521. Nunca se supo más de la suerte que corrió la expedición, lo que contribuyó a crear por cierto tiempo la duda de que el océano Pacífico era verdaderamente transitable. La llegada de los sobrevivientes de la expedición de Magallanes disipó parcialmente tal misterio; es decir, sí se podía llegar a Oriente por aquel océano, pero no se conocía la forma de regresar por ese lado.

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Carlos Prieto, op.cit. pp. 58-59

domingo, 29 de noviembre de 2009

La suerte de la nao Trinidad

La gloria tiene mucho que ver con la suerte, pues en la historia se recuerda a Sebastián Elcano como el hombre que concluye la vuelta al mundo comandada por Magallanes. Ya hemos hablado con anterioridad de este mérito relativo.

El capitán de la nave Victoria fue recibido por el joven emperador Carlos V, quien aprovechó el importante evento como una prenda muy apreciada para el imperio que estaba consolidando. Con amplitud de miras, la corona española explotó el efecto sicológico del regreso de los marineros pues se abrían así nuevos horizontes al imperio español. El emperador otorgó a Elcano un título nobiliario y un escudo de armas en el que figura un globo terráqueo con un lema en latín Primus Circumdedisti Me, es decir, el primero que me circundaste. De inmediato se hicieron preparativo para regresar a la Molucas, con el ánimo de arrebatar el tesoro a los portugueses. Esa historia ocupará las siguientes cuatro décadas del siglo XVI.

* * *
Ahora bien, para la otra nave, la Trinidad, comandada por Gonzalo Gómez de Espinosa, la historia fue muy distinta. Una vez que partió Elcano, los marineros se dedicaron a reparar la matrecha embarcación, al tiempo que hacian acuerdos de vasallaje con los jerarcas de las islas, como el sultán Almazon de Tidore, y con los reyes de Gilolo, de Makiam, de Bachiam y Terenate, pensando ya en el posible retorno para consolidar la presencia española en las islas de la especiería.

Abril de 1522

La reparación de la Trinidad duró más de cuatro meses para ponerla en condiciones de hacer la larga travesía del Pacífico, pues Gómez de Espinosa había decidido seguir una ruta de verdad desconocida, para llegar a España a través de los puertos que recién se habían descubierto en América, sobre todo en Panamá.
Antes de zarpar de Tidore, Gómez de Espinosa hizo construir un edificio, en el cual despositó toda la artillería y pertrechos que no convenía llevar a bordo durante la larga y difícil travesía que se proponía hacer. Por fin, salió de Tidore el 6 de abril de 1522, llevando a bordo cincuenta y cuatro hombres, y dejando el mando de la colonia al Factor real Juan de Campos. Espinosa tomó un rumbo al nordeste y descubrió dos pequelas islas de las Palaos o Carolinas Occidentales, en cinco grados norte, que llamó San Antonio y San Juan, así como otras de la Marianas, en los paralelos 19 y 20 norte.
Siguió hasta el paralelo 40, precisamente por la ruta que con el tiempo habría de ser la acostumbrada por las naves regulares que harían el comercio entre Filipinasy la Nueva España. Sin embargo, inmediatamente después le sobrevinieron tantas calamidades, borrascas y vientos contrarios que fueron destrozando la nave y haciendo imposible la navegación, hasta tal punto que, después de haber fallecido a causa del escorbuto treinta y dos hombres, decidió Espinosa regresar al punto de partida.
Gonzalo Gómez de Espinosa regresó a las Islas Molucas, con su nave Trinidad maltrecha, seis meses después de haber salido de ellas, y se encontró con que los portugueses habían tomado Tidore y apresado a los hombres que él había dejado en la isla. Esa fue la misma suerte que corrieron él y los suyos, además de habérseles incautado la Trinidad, que terminó sus días en esas islas ecuatoriales.
Gómez de Espinosa sufrió un largo cautiverio por parte de los portugueses en diversas islas de sus posesiones orientales, hasta que pasados algunos años le llevaron a Lisboa, de donde pudo regresar a España solo y por tierra.
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Carlos Prieto, op.cit, pp. 53-54.


sábado, 28 de noviembre de 2009

Las naves

El regreso a España de la nave Victoria, comandada por Sebastián Elcano, fue una enorme oportunidad para que el emperador Carlos V consolidara su imagen como el soberano más poderoso de Europa.
Carlos V fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano justo antes de la partida de Magallanes, y durante gran parte del viaje estuvo empeñado en una lucha victoriosa por afirmar su discutida autoridad en la misma España. El regreso de Elcano se produjo en el momento psicológico adecuado; se abrieron al imperio nuevos horizontes, y en los últimos cuatro meses de 1522 fueron promulgados treinta y tres «privilegios» para los súbditos españoles dispuestos a financiar un viaje a las Molucas.
Pero las cosas quedaron en compás de espera (...) y no fue hasta finales de julio de 1525 que siete barcos, bajo el mando de García Jofre de Loaysa, con Elcano como la elección obvia para el puesto de piloto jefe, se hicieron a la mar desde La Coruña, donde se estableció una (efímera) Casa de Contratación para las islas de las Especias.
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OK Spate, The Spanish Lake, p. 140.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

De Tidor al Darién

Los capitanes de la expedición de Magallanes tenían en mente dos rutas en el incierto camino a las islas de la especiería: por el Pacífico y por el trayecto de la India, dominado por los portugueses. En diciembre de 1521 Sebastián Elcano y Gonzalo Gómez de Espinosa decidieron separarse para intentar ambas, cada cual por su parte.

A fin de medir el grado de incertidumbre con que operaban estos capitanes valdría la pena hacer ese recuento. El descubrimiento del Mar del Sur se hizo el 25 de septiembre de 1513, cuando Vasco Núñez de Balboa atisbó desde las colinas del istmo de Panamá el anchuroso océano. La razón para llamarlo así radica en que la tropa española venía del norte. Ese descubrimiento abrió la posibilidad de continuar con la búsqueda de una vía de acceso al Oriente, en particular a la fuente de la especias.

Exactamente seis años más tarde, en septiembre de 1519 zarpó Magallanes de San Lucas de Barrameda en España y llevaba consigo la noción de que era posible regresar a aquel punto en Panamá, rumbo a Europa. Información privilegiada que resume el interés de la elite europea por alcanzar una meta de enormes proporciones, y en la que participaban cientos de científicos, marineros y misioneros con el propósito de alcanzar el impreciso oriente, la misteriosa China, la fuente de las riquezas. En ese lapso se "tropezaron" con América y aún así continuaron con su proyecto.

Dificilmente aquellos hombres podrían imaginar las dimensiones de lo que entonces veían; el oceáno Pacífico es el más grande del mundo, con una superficie de 179.7 millones de kilómetros cuadrados, y ocupa más de la tercera parte de la superficie de la tierra. Contiene
aproximadamente 25,000 islas, más que todos los demás océanos del mundo juntos, casi todas las cuales están ubicadas al sur de la línea del Ecuador. El punto más bajo de la superficie de la corteza terrestre, la Fosa de las Marianas, se encuentra en el Pacífico.

Los capitanes de Magallanes contaban con la noción de que era posible el retorno por el Pacífico, como lo señala el hecho citado por Pigafetta de que se plantearon el regreso al estrecho del Darién.

Febril actividad exploradora

Simultáneamente, desde la recién conqusitada Nueva España se hacían planes para enviar expediciones al otro lado del Pacífico. Los gobernadores españoles del Nuevo Mundo, incluído Hernán Cortés, ordenaron febriles exploraciones para reconocer el litoral del Pacífico desde Panamá hasta Tehuantepec, en Oaxaca, México.
Las primeras expediciones se hicieron desde el Golfo de San Miguel, en Panamá, hacia el Norte, a cargo de Balboa, el propio descubridor, y del gobernador de Darién, o Castilla del Oro, Pedrarias Dávila, y fue necesario habilitar los puertos del Atlántico, Santa María la Antigua y Acla, como centro de obtención de la madera para la construcción de naves, que se transportarían por tierra al otro mar. Después fueron Gil González de Ávila y Andrés Niño quienes, de 1522 a 1525, reconocerían toda la costa hasta el Golfo de tehuantepec, así como el lago de Nicaragua.
De Panamá a Perú (1522-1532)
Por entonces también el gobernador Pedrarias impulsa las expediciones al sur de Panamá. Pascal de Andagoya recorre la costa occidental de la actual Colombia y remonta el rio de San Juan a través de la provincia de Conchamá, trayendo muchas noticias de las riquezas del Imperio de los Incas. El descubrimiento de la costa más al sur, en busca de este imperio, pasando el Golfo de Guayaquil hasta Tumbez, en el comienzo del actual Perú, estuvo a cargo, entre los años de 1524 y 1532, de Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernándo de Luque, vecinos de Panamá, y desde Tumbez ellos mismos conquistaron por tierra el tan buscado Imperio Inca.

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Carlos Prieto. El Océano Pacífico: Navegantes españoles del siglo XVI. Alianza Editorial, México, 1972, pp.29-30.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La bomba

Mateo Flecha El viejo (1481-1553) fue un compositor español que dejó un legado musical muy valioso al haber reunido piezas o retazos sonoros de lo que se escuchaba por aquellos años en Europa. La mezcla de tales piezas reune voces en diversos idiomas y sonoridades: catalán, castellano, portugués, y tanto cantos religiosos como profanos. A esta forma se le llamó felizmente Ensalada.

Se le llama el viejo, para diferenciarlo de su sobrino Mateo Flecha El Joven (1530-1604), quien se dió a la tarea de editar las ensaladas de su tío en Praga en 1581, lo que nos permite escuchar 500 años después lo que se cantaba en aquella época.

Una de la ensaladas célebres es la bomba, en la que habla de las angustias de los marineros que no logran sacar el agua de la nao, como seguro aconteció con los tripulantes del Victoria y de la Trinidad.



Bomba, bomba y agua fuera, Vayan los cargos al mar, que nos vamos a anegar, do remedio no se espera. Al escota, socorred, Vosotros id al timón, ¡Qué espacio! ¡Corred, corred! ¿No veis nuestra perdición?

Esas gúmenas cortad porque se amaine la vela, Hacia acá contrapesad, Oh, que la nave se asuela, mandad calafetear que quizá dará remedio, Ya no hay tiempo ni lugar, que la nao se abre por medio, ¿Qué haremos? ¿Qué haremos? Si aprovechara nadar, Oh, que está tan bravo el mar, que todos pereceremos.

Santa Virgen de Loreto, Sant Ginés, socorrednos, Que me ahogo, santo Dios, San Telmo, santo bendito, Oh Virgen de Guadalupe, nuestra maldad no te ocupe, Señora de Montserrate, Señora de Montserrate, Oid, señora y gran rescate.

Oh gran socorro y bonanza, Nave viene en que escapemos, Allegad, que perecemos, Socorred, no haya tardanza, Socorred, Socorred. No sea un punto detenido, señores, ese batel, ese batel, ese batel. Oh, qué ventura he tenido, pues que pude entrar en él. Gratias agamus, Domino, Deo nostro, Dignum et justum est, De tan grande beneficio, Recebido en este día, Cantemos con alegría, Todos hoy por su servicio.

Ea, ea, sus, empecemos, Empieza tú, Gil Pizarra, A tañer con tu guitarra, Y nosotros te ayudaremos, Esperad que esté templada, Tiemplala bien, hi de ruin. Oh, cómo está destemplada, Acaba, maldito, ya. Es por demas, Sube, sube un poco más. Muy bien está.

Ande, pues, nuestro apellido, el tañer con el cantar, concordes en alabar, a Jesús recién nacido. Bendito el que ha venido, a librarnos de agonía, Bendito sea este día, que nació el contentamiento, Remedió su advenimiento, mil enojos. Benditos sean los ojos, que con piedad nos miraron, y benditos, que así amansaron tal fortuna.

No quede congoja alguna, demos prisa al navegar, Poys o vento nos ha de llevar, Garrido es el vendaval, el vendaval, Contra fortuna. Gritad, gritad todos a una gritad, Bonanza, bonanza, Salvamento, salvamento.

Gala es todo a nadie hoy duela, La gala chinela, Gala es todo a nadie hoy duela, La gala chinela, De la china gala la gala chinela, Mucho prometemos en tormenta fiera, mas luego ofrecemos infinita cera, De la china gala la gala chinela.

Adiós, señores A la vela. Nam si pericula sunt in mari, pericula sunt in terra, et pericula, in falsis fratribus.

sábado, 21 de noviembre de 2009

una paz precaria 7


En diciembre de 1521 culminó la estancia de la tripulación de Magallanes en las islas de la especiería. Sus capitanes, Gonzalo Gómez de Espinosa y Juan Sebastián Elcano, el maestre Juan Bautista de Pozorón, y el contador Marín Méndez, se habían quedado a cargo de la expedición y habrían de obtener el reconocimiento de ser los primeros en dar la vuelta al mundo.

Nos hemos detenido en las descripciones hechas por Antonio Pigafetta acerca de esta escala, porque su relato ha trascendido en la historia y ofrece el primer recuento de tierras desconocidas hasta ese momento para los europeos, si tomamos en cuenta que los portugueses habían decidido mantener en secreto la localización de la fuente de la especiería.

En aquel fin de año, las dos naves de la expedición estaban preparadas y llenas de productos para partir hacia Europa. Sin embargo, el Trinidad mostró signos de que podría hundirse y echaron mano de buzos de aquellas islas para tratar de repararla. Así lo cuenta Pigafetta:

El miércoles 18 de diciembre de 1521 por la mañana todo estaba dispuesto para partir. Los reyes de Tadore, de Giailolo y de Bachián, así como el hijo del rey de Tarenate, vinieron para acompañarnos hasta la sla de Mare. El navío Victoria desplegó velas el primero y ganó el largo, donde esperó al Trinidad; pero éste levó anclas con mucha dificultad, y los marineros descubrieron que sufría una vía de agua en la cala. Volvió a anclar entonces el Victoria donde estaba ante. Se descargó en gran parte el Trinidad para buscar la vía y taponarla; pero aunque se le acostó de babor, el agua entraba cada vez con más fuerza, como por un caño, sin que pudieramos encontrar la vía; este día y el siguiente dimos a las bombas sin cesar, pero sin éxito.
Llegó la noticia a oídos del rey de Tadore, y vino al navío a ayudarnos. Mandó se sumergiesen cinco de sus buzos, acostumbrados a permanecer mucho tiempo bajo el agua; trabajaron más de media hora sin econtrar el agujero por donde entraba el agua, y como, a pesar de las bombas, el agua subía siempre, envió a buscar al otro extremo de la isla a tres buzos más hábiles aún que los primeros.
La ruta que siguió la nave Trinidad, de Magallanes

Este incidente traería consecuencias dramáticas para la expedición, que una vez más se encontraban ante el dilema de continuar la trayectoria hacia Europa. La vieja nave insignia de Magallanes, el Trinidad, parecía una ballena encallada en la playa, que se resistía a seguir el viaje. Ante la tardanza para repararla y el riesgo de perder los vientos propicios del Este, los capitanes tomaron la decisión de dividirse: el Victoria regresaría solo por la ruta de la India, al mando de Sebastián Elcano, mientras que el Trinidad permanecería los meses necesarios para tomar la improbable ruta de retorno hacia América, al mando del leal Gómez de Espinosa.
... durante este tiempo carenarían al Trinidad, el cual podría aprovechar en seguida los vientos del Oeste para ir a Darién, al otro lado del mar, en la tierra de Diucatán (Yucatán). Dijo entonces el rey que tenían a su servicio doscientos cincuenta carpinteros, a los que emplearía en este trabajo bajo la dirección de los nuestros, y que aquellos de nosotros que se quedaran en las islas serían tratados como sus propios hijos. Pronunció estas palabras con tanta emoción, que a todos nos hizo derramar lágrimas.
Los que tripulábamos el Victoria, temiendo que su carga fuese excesiva, por lo que podría abrirse en alta mar, decidimos enviar a tierra sesenta quintales de clavos, y los llevamos a la casa en que se alojaba la tripulación del Trinidad. Hubo algunos, sin embargo , que prefirieron quedarse en las islas del Malucco mejor que volver a España, ya por temor de que el navío no resistiera tan largo viaje, ya porque el recuerdo de lo que sufrieron antes de llegar a las Malucco les amedrentase, pensando que morirían de hambre en medio del Océano.
El sábado 21 de diciembre de 1521, día de Santo Tomás, los dos barcos se despidieron con sendas cargas de artillería. El que partía llevaba 47 europeos y 13 indios. En tierra quedaban 54 europeos. El destino era incierto para todos: Sebastián Elcano debería regresar por una ruta acechada por los portugueses, vía la India y alrededor de África, tomando riesgos impredecibles. Los que se quedaban sabían acaso que no volverían a ver su propia tierra. Pero más paradójico aún: Sebastián Elcano, quien se había sublevado contra la autoridad de Magallanes, pasaría a la historia como el capitán que concluye la vuelta al mundo. Ahora apenas se menciona a Gómez de Espinosa, quien en todo momento fue el fiel lugarteniente de Magallanes.
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Antonio Pigafetta, op.cit. pp. 244.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Productos y costumbres 5

Casi al final de su estancia en la isla de Tidore, en diciembre de 1521, aquellos marineros que habían zarpado de España con Magallanes seguían observado, con curiosidad y asombro, las costumbres locales, tal como son descritas por Pigafetta en su diario. Cuenta que el 17 de diciembre el rey de Bachián obtuvo permiso del rey de Tidore para pasar a tierra y hacer una alianza con los españoles.
Le precedían cuatro hombres con largos puñales en la mano; dijo, en presencia del rey de Tadore y de todo su séquito, que estaría siempre pronto a ponerse al servicio del rey de España; que guardaría para él sólo los clavos de especia que habían dejado los portugueses en su isla hasta la llegada de otra escuadra española, y no los cedería a nadie sin su consentimiento, y que por medio de nosotros iba a enviarle un esclavo y dos bahars de clavos; hubiera gustosamente dado diez, pero nuestros barcos estaban tan cargados, que ya no soportaban más.

Aves del Paraíso
Nos dio también para el rey de España dos pájaros muertos muy hermosos; tenían el tamaño de un tordo: la cabeza, pequeña; el pico, largo; las patas, del grueso de una pluma de escribir y de un palmo de largo;la cola, parecida a la del tordo; sin alas, y en su lugar largas plumas de diferentes colores, parecidas a penachos; las plumas, oscuras, salvo las de las alas; no vuelan más que cuando hace viento; dicen que vienen del Paraíso terrestre, y les llaman bolodinata, esto es, pájaro de Dios.
No pude determinar qué tipo de ave describe Pigafetta.

Extraña costumbre del rey de Bachián
Representaba el rey de Bachian unos setenta años. Nos contaron de él una cosa muy extraña: siempre que iba a combatir a los enemigos, o cuando iba a emprender algo de importancia, se entregaba antes dos o tres veces a los placeres de uno de sus criados destinados a tal fin, así como César, según el relato de Suetonio, acostumbraba a entregarse a Nicomedes.
Sin comentarios.

Brujos
Un día el rey de Tadore envió a decir a los nuestros que guardaban el almacén de nuestras mercancías, que no saliesen durante la noche, porque había isleños que por medio de cierto ungüentos tomaban la figura de un hombre sin cabeza; de este modo se paseaban por la isla, y cuando encontraban alguno a quien no querían, le tocaban untándole la palma de la mano, por lo que el hombre caía enfermo y moría al cabo de tres o cuatro días; si encontraban tres o cuatro personas a la vez, no las tocaban, pero poseían el arte de aturdirlas. Añadió el rey que era preciso velar para conocer a estos brujos, que ya habían prendido a muchos.
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Antonio Pigafetta, op.cit. p. 243.


jueves, 19 de noviembre de 2009

Productos y costumbres 4

Pigafetta describe una ceremonia en la que el rey de Tidore casó a su hija con el hermano del rey de Bachián, en diciembre de 1521. Para el efecto, pidieron a los visitantes europeos que dispararan desde los galeones Victoria y Trinidad artillería en honor de los desposados.
El rey de Bachián, con su hermano, el futuro esposo de la hija del rey de Tadore, vinieron en un gran barco, con tres filas de remeros a cada lado; ciento veinte hombres en total. Estaba el barco adornado con muchos pabellones de plumas de papagayo, blancas, amarillas y rojas: mientras bogaban, los timbales y la música acompasaban el movimiento de los remos. En otras canoas estaban las muchachas que debían presentar a la esposa. Nos saludaron dando la vuelta alrededor de nuestros navíos y del puerto.
Etiqueta y ceremonias
Como la etiqueta no permite que un rey pise la tierra de otro, el rey de Tadore visitó al de Bachián en su propia canoa. Este al verle llegar, se levantó del tapiz (alfombra pequeña) en que estaba sentado y se colocó al lado, cediendo el sitio al rey de Tadore, el cual, por cortesía, tampoco quiso sentarse en el tapiz y se puso al otro lado, dejando el tapiz en medio de los dos. Entonces el rey de Bachián ofreció al de Tadore quinientos patolles, como compensación por la esposa que daba a su hermano. Los patolles son paños de oro y seda fabricados en China y muy apreciados en esas islas; vale cada uno tres bahars de clavos, poco más o menos, según el trabajo y el oro que tenga; cuando algún personaje del país muere, los parientes, para honrarle, se visten con estos paños.

Al día siguiente se ofreció una cena al rey de Bachián. Cincuenta mujeres llevaban los platillos:

Cubiertas de paños de seda desde la cintura a las rodillas, yendo de dos en dos, con un hombre en medio, con sendos platos grandes, en los que había otros platitos conteniendo diferentes guisos; los hombres llevaban grandes vasos de vino; diez mujeres de las de más edad hacían de maestras de ceremonias. Llegaron en este orden al barco y presentaron todo al rey, que estaba sentado sobre un tapiz bajo un dosel rojo y amarillo.
A su regreso, las mujeres se juntaron a algunos de nosotros, a los que la curiosidad impelió a ver el convoy, y no pudieron librarse de ellas sino después de hacerles algunos regalitos. El rey de Tadore nos envió en seguida viveres, tales como cabras, cocos, vino y otros comestibles.
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Antonio Pigafetta, op.cit. p. 242.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Productos y costumbres 3


Antonio Pigafetta da cuenta, en su diario de viaje por las islas de la especiería, de usos y costumbres de los habitantes de esa región de Asia, prácticamente desconocida para los europeos. Es importante destacar que esta descripción de 1521, se realizó en el mismo periodo en que los españoles se desplazaban con una fuerza demoledora por el continente americano. Con curiosidad similar a la de los cronistas españoles, que nos dejaron un recuento minucioso de las culturas Azteca, Maya o Inca, señala Pigafetta:

Jengibre
Produce asimismo la isla, jengibre, que comimos verde como su fuera pan, o nace en un árbol, sino en un arbsto con tallos a flor de tierra de un palmo de largo, parecidos a los pimpollos de las cañas, a los que también se asemeja en las hojas, aunque las del jengibre son más estrechas; no sirven para nada los tallos; sólo se aprovecha la raíz, que es el jengibre usual en el comercio; el jengibre verde no es tan fuerte como el seco; para secarle se espolvorea de cal, pues de otro modo no podría conservarse.
Casas

Las casas de estos isleños están construidas como las de las islas vecinas, aunque no tan elevadas sobre la tierra, y rodeadas de cañas en forma de seto.

Mujeres y hombres

Las mujeres de este país son feas; van desnudas como las de las otras islas, cubriendo sus partes sexuales con un paño hecho de corteza de árbol; los hombres van igualmente desnudos, y a pesar de la fealdad de sus mujeres, son muy celosos; se enfadaban mucho al vernos llegar a tierra con las pretinas abiertas, porque se imaginaban que esto podría inducir a malas tentaciones a sus mujeres; hombres y mujeres van descalzos.

Paños de corteza de árbol

Sus telas de corteza de árbol las hacen del siguiente modo: cogen un trozo de corteza y la ponen en agua hasta que se ablanda; la golpean después con una especie de látigos para extenderla a lo largo y a lo ancho, según creen conveniente, hasta que parece una tela de seda cruda con hilos entrelazados interiormente como si fuese tejida.

Pan de madera

Con la corteza de un árbol parecido a la palmera hacen su pan, así: toman un trozo de esta madera y le quitan ciertas espinas negras y largas; en seguida la machacan y hacen un pan al que llaman sagou; llevan provisión de este pan en sus viajes por mar.
Sago, Metroxylon sago. Se sigue utilizando en la cocina asiática actual, como harina para los fideos, almidón para hacer más espesa la sopa y los guisados, o para capear. Se come también con azúcar, en bolitas de masa.
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Antonio Pigafetta, op.cit. pp. 238.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Productos y costumbres 2

Pigafetta describe a la nuez moscada (Myristica fragans):

También produce la isla nuez moscada, parecida a nuestras nueces, tanto por el fruto como por las hojas. La nuez moscada, cuando se la cosecha, semeja al membrillo por su forma, color y pelusilla que la cubre, pero es más pequeña; su primera corteza es tan espersa como el pericarpio de nuestra nuez; debajo hay una tela delgada, o mejor dicho, de cartílago, bajo la cual está el macis, de un rojo vivo, que envuelve la cortesa leñosa que contiene la nuez moscada propiamente dicha.

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Antonio Pigafetta, op. cit. p 237.

martes, 10 de noviembre de 2009

Productos y costumbres

Clavos de olor

La curiosidad de los crónistas lusitanos y españoles del siglo XVI tiene siempre algo de ingenuo y enriquecedor. Inmersos como estaban en el espacio medieval, observaron con asombro un mundo extremadamente complejo. Sus testimonios han sido fuente invaluable de generaciones de antropólogos e historiadores de la cultura. En el texto de Pigafetta vale rescatar sus observaciones sobre los frutos de la tierra y las costumbre de los habitantes de las islas de la especiería.

El 17 de noviembre de 1521, domingo, bajó a tierra para examinar el árbol del clavo (Syzygium aromaticum), y ver cómo se produce el fruto.

He aquí lo que observé: tiene una gran altura y su tronco es de grueso como el cuerpo de un hombre, más o menos, según su edad; sus ramas se extienden mucho hacia el medio del tronco, pero en la copa forman una pirámide; su hoja se asemeja a la del laurel, y la corteza es de color aceitunado; los clavos nacen en la punta de las ramitas, en grupos de diez a veinte; dan más fruto en un lado que en otro, según las estaciones; los clavos son al principio blancos, al madurar rojizos y al secarse negros; se cosechan dos veces al año, la primera por Navidad y la segunda por San Juan, esto es, poco más o menos, hacia los dos solsticios, estaciones en que el aire es más templado en este país, que en el solsticio de inverno es más cálida porque el Sol está entonces en el cenit.
Cuando el año es cálido y hay poca lluvia, la cosecha de clavos es en cada isla de tres a cuatrocientos bahars. El árbol crece solamente en las montañas, y parte perece cuando se le transplanta al llano; la hoja, la corteza y la parte leñosa del mismo árbol tiene un olor y sabor tan fuertes como el fruto, el cual, si no se coge en plena madurez, engorda tanto y se pone tan duro, que no sirve de él más que la corteza; no hay árboles de clavo más que en las montañas de las cinco islas Malucco, y algunos en la isla de Giailolo y en el islote de Mare, entre Tadore y Mutir, pero sus frutos no son tan buenos; dicen que la niebla le da cierto grado de perfección; lo cierto es que a diario vimos niebla, en forma de nubecitas, rodeando tan pronto una, tan pronto otra de las montañas de estas islas; cada habitante posee algunos árboles, que vigila y de los que recoge los frutos, pero sin pensar siquiera en el cutlrivo; en cada isla se llama de modo diferente a los clavos: gomode en Tadore, bongavalan en Sarangani y chianche en las islas Malucco.
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Antonio Pigafetta, op.cit, pp. 237.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Dimensiones

Si se atiende a los relatos mencionados por Pigafetta, el poderío portugués en Asia, bajo el mando del almirante Diego López de Sequeira equivaldría a las dimensiones actuales de la Quinta flota y la parte oeste de la Séptima Flota de Estados Unidos.

La quinta flota abarca 19.4 millones de kilómetros cuadrados desde el arco africano al Medio Oriente, incluyendo el Golfo Pérsico y el Mar Rojo.

La séptima flota consiste de casi 60 barcos, 350 aviones y 60.000 cuerpos de marines y marineros. Es responsable de 135 millones de kilómetros cuadrados del Pacífico y el Océano Índico, una región 14 veces el tamaño de Estados Unidos.

sábado, 7 de noviembre de 2009

una paz precaria 6

Comercio de Malaca

El portugués Pedro Alfonso de Lorosa informó a los españoles que anualmente van muchos juncos a Malaca a Bandán a comprar macis y nuez moscada, y desde allí a las Maluco para cargar clavos. En tres días se hace e lviaje de Bandán a las islas Maluco, y en quince se va de Bandán a Malaca. Este comercio, decía, es, entre el de estas islas, el que rinde más beneficio al rey de Portugal, por lo que tiene gran cuidado en ocultárselo a los españoles.

Lo que Lorosa acababa de decir era en extremo interesante, y procuramos persuadirle a que se embarcase con nostros a Europa, prometiéndole grandes gajes de parte del rey de España.

Pedro Alfonso de Lorosa decidió regresar a Europa en la expedición magallánica.


una paz precaria 5




Valiosas noticias de un informante portugués

Pigafetta relata que en la tarde del 13 de noviembre de 1521, llegó ante los españoles en Tidore el portugués Pedro Alfonso de Lorosa.

Lorosa vino a bordo del navío en una piragua. Supimos qe el rey (de Tidore) le envió a buscar para advertirle que, aunque él fuese de Tarenate, debía guardarse mucho de mentir en las respuestas a nuestras preguntas. Efectivamente, cuando vino nos dio todas las noticias que podían interesarnos.
Dijo que estaba en la Indias hacía diesciséis años, diez de los cuales los pasó en las islas Malucco, adonde llegó con los primeros portugueses, que verdaderamente se habían establecido allí desde diez años antes; mas que guardaron el más profundo silencio sobre el descubrimiento de las islas; añadió que hacía once meses y medio un gran navío vino de Malaca a las islas Malucco para cargar clavo de especia e hizo su cargamento, pero que el mal tiempo les retuvo algunos meses en Bandán.
Procedía el navío de Europa, y el capitán portugués, que se llamaba Tristán de Menezes, dijo a Lorosa que la noticia más importante por entonces era que una escuadra de cinco navíos, al mando de Fernando Magallanes, había partido de Sevilla para ir descubriendo las Malucco en nombre del rey de España; y que el rey de Portugal, tanto más disgustado de la expedición, cuanto que aquél era uno de sus súbditos que buscaba su daño, envío navíos al cabo de Buena Esperanza y al cabo de Santa María, en el país de los caníbales para interceptarle el paso en el mar de las Indias; pero que no le habían encontrado.
Supo en seguida que pasó por otro mar y que iba a las islas Malucco por el Oeste, y ordenó a D.
Diego López de Sichera (Sequeira), su capitán en jefe en las Indias, que enviase seis navíos de guerra a Malucco contra Magallanes; mas que a Sichera llegó la nueva de que en este tiempo los turcos preparaban una flota contra Malaca, y se vió obligado a mandar sesenta barcos de guerra al estrecho de la Meca (el Golfo de Adén), en la tierra de Judá, los cuales encontraron las galeras turcas encalladas a la orilla del mar, cerca de la bella y fuerte ciudad de Adem, y las quemaron todas.
Esta expedición impidió al capitán general portugués hacer lo que le habían encargado contra nosotros; mas poco después envió a nuestro encuentro un galeón a dos mandos de bombardas, mandado por el capitán Francisco Faría, portugués; no llegó el galeón a las islas Malucco, porque, ya por los arrecifes que hay cerca de Malaca, ya por las corrientes y vientos contrarios que encontró, tuvo que volver al puerto de donde había salido.
Lorosa añadió que, pocos días antes, una carabela con dos juncos había venido a las islas Malucco para obtener noticias sobre nosotros; los juncos esperaron en Bachián para cargar clavos de especia, llevando a bordo siete portugueses, los que, a pesar de las amonestaciones del rey, no quisieron respetar ni a las mujeres de los indígenas ni a las del mismo rey, y fueron todos asesinados. Al saber esta noticia el capitán de la carabela juzgó oportuno partir a toda prisa y volverse a Malaca, abandonando en Bachián los dos juncos con cuatrocientos bahars de clavos y mercancía bastantes para cambiarlas por otros ciento.
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Antonio Pigafetta, op.cit. p 234-235.

una paz precaria 4

En el diario de Pigafetta se asienta el 12 de noviembre de 1521 una descripción del comercio que realizaron los españoles en las tierras que apenas conocían.

Tráfico. El rey mandó construir un cobertizo, que acabaron en un día, para nuestras mercancías; allí llevamos todo lo que destinábamos para cambiar, y quedaron guardándolo tres de los nuestros. El valor de las mercancías que íbamos a dar en trueque de clavos de especia se fijó de esta manera:

Por diez brazas de paño rojo de buena calidad debian darnos un bahar de clavos; el bahar equivale a cuatro quintales y seis libras, y cada quintal pesa cien libras;

Por quince brazas de paño de clase mediana, un bahar de clavos;

Por quince hachas, un bahar;

Por treinta y cinco tazas de vidrio, un bahar (todas las tazas de vidrio las cambiamos así con el rey);

Por diecisiete cathiles de cinabrio, un bahar, y lo mismo por otro tanto de azogue;

Por veintiséis brazas de tela, un bahar, y de tela más fina sólo dábamos veinticinco brazas;

Por ciento cincuenta cuchillos, un bahar;

Por cincuenta pares de tijeras o por cuarenta gorros, un bahar;

Por diez brazas de paño de Guzzerate (¿Gujarat?), un bahar;

Por un quintal de cobre, un bahar
Continúa su relato:
Llevamos una gran partida de espejos; pero se quebraron la mayor parte en la travesía, y el rey se apropió casi todos los quehabían quedado enteros. Parte de estas mercancías provenían de los juntos que apresamos.
Hicimos, como se ve, un tráfico muy ventajoso, no sacando, sin embargo, todo el provecho que hubiéramos podido, porque deseabamos apresurar en lo posible el regreso a España (¡¡ subrayado nuestro).
Además de los clavos, hacíamos a diario buena provisión de víveres; los indios venían sin cesar con sus barcas para traernos cabras, gallinas, nueces de coco, bananas y otros comestibles, que nos daban por cosas de poco valor.
Agua caliente: También nos aprovisionamos de un agua excesivamente caliente, pero que expuesta al aire durante una hora se ponía muy fría. Dicen que esto proviene de que el agua mana de la montaña de los árboles del clavo. Reconocímos por esto la impostura de los portugueses, que quieren hacer creer que falta porcompleto el agua dulce en las islas Malucco, y que deben ir a buscarla muy lejos en otros países.
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Antonio Pigafetta, op.cit. pp 233-234.

una paz precaria 3

Noviembre de 1521. La situación de los españoles se volvió muy tensa durante su breve estancia en Tidore. La muerte del rey de Ternate tornó cualquier movimiento en motivo de sospechas. El 11 de noviembre se acercó a los españoles un hijo del rey asesinado y traía consigo a la viuda y los hijos de Serrano, el aventurero portugués, pero el encuentro estuvo lleno de recelos y se hizo un simple intercambio de tela india de seda y oro, algunos espejos, tijeras y cuchillos.

No se menciona la suerte que corrieron lo familiares malayos de aquel Francisco Serrano, aunque si el de un criado indio que se había convertido al cristianismo. Se llamaba Manuel y hablaba portugués. Traía un mensaje de otro mercenario que se encontraba en Ternate, Pedro Alfonso de Lorosa, o Llorosa, quien ofrecía sus servicios a los españoles para entrar en posesión de las tierras en Ternate donde se asentaban los portugueses. Pocos días después se realizaría un encuentro con Llorosa en el barco de los españoles.

Por lo pronto tomemos dos notas del diario de Pigafetta, del 11 de noviembre de 1521, respecto a las costumbres y al comercio local en la isla de Tidor:
Costumbres del rey de Tadore. Informándome de las costumbres del país, supe que el rey puede tener para su placer tantas mujeres como le parezca; pero una sola es su esposa, y las demás, esclavas.
Su serrallo: Tenía fuera de la ciudad una gran casa, donde vivían doscientas de sus más bonitas mujeres, con igual número de criadas. El rey come siempre solo o con su esposa en una especie de estrado elevado, desde donde ve a todas las otras mujeres, sentadas alrededor, y después de haber cenado escoge la que compartirá su lecho aquella noche. Cuando el rey termina su comida, sus mujeres comen todas juntas si él lo consiente, y si no, cena cada una en su habitación. Nadie puede ver a las mujeres del rey sin su permiso especial, y si algún imprudente se acercara a su habitación, de día o de noche, le matarían en el acto. Para proveer el serrallo real, cada familia tiene la obligación de dar una o dos hijas. El rajá sultán Manzor tenía veintiséis hijos, ocho varones y dieciocho hembras. Hay en la isla de Tadore una especie de obispo, que tenía cuarenta mujeres y muchos hijos.
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Antonio Pigaffeta. Viaje alrededor del mundo, traducción al castellano de Federico Ruiz M., Espasa-Calpe Argentina S.A., 1941. Texto íntegro incluído en La primera vuelta al mundo, Magallanes, Elcano y el Libro Perdido de la Nao Victoria, Academia Colombiana de Historia, Plaza & Janés, segunda edición, Bogotá, 1988, pp. 230-245.